Archivo | abril, 2024

Querido amigo Invierno

25 Abr

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He experimentado una muy alegre sorpresa al recibir tu carta. Y lo fue por partida doble.

Me explico: En primer lugar, el no tener ninguna noticia tuya en esta época de la información, las redes sociales, la mensajería instantánea o el correo electrónico me hizo temer lo peor.

Que hubieras desaparecido para siempre, o fueses victima de algún suceso grave o te hubieses olvidado de nuestra antigua y sincera amistad. Cualquiera de las tres posibilidades me producía un profundo malestar.

Sin desdeñar la magnitud de las otras dos razones, la primera de ella, es decir tu desaparición traería incalculables y funestas consecuencias no solo para mi ánimo sino también para toda la humanidad.

Sí, no te creas que lo digo por emplear eso tan de moda hoy, la hipérbole. Lo digo porque incluso ahora en que tu desaparición fue más fugaz, ya causó algo a lo que siempre los humanos le tenemos miedo: la sequía.

Los que tenemos una determinada cantidad de años, y tú tienes muchos más que yo, recordamos cuando en este nuestro país todos los males eran atribuidos a la conjura judeo-masónica y a la pertinaz sequía. Afortunadamente aquellos tiempos ya pasaron, al menos eso espero.

Pero la palabra sequía sigue trayendo inevitablemente remembranzas negativas en otros muchos casos. No hay cosa que más tema un delantero futbolístico que la sequía goleadora, o un artista que la sequía de la inspiración. Y no digamos nada de la tragedia que implica que sintamos sequía en el alma.

Afortunadamente tú estás nuevamente aquí y, aunque ello signifique algún catarro inoportuno, una sonrisa vuelve a iluminar nuestras caras pensando que al final, de un modo u otro, acaban por cumplirse los ciclos de la vida.

El segundo motivo agradable de la sorpresa es que tus noticias me las hayas enviado por carta, por lo que siempre se llamó correo ordinario, con su sello postal, su matasellos y todos los predicamentos debidos.

Una vez más este hecho me rememoran entrañables escenas familiares.

Recuerdo a mi madre, cuando se aproximaban las fechas navideñas, organizando todo un extenso protocolo. Primero sacaba de su escritorio una libreta donde estaban apuntados los nombres de las personas con las que debía cumplir cortesía. Después iba al estanco de siempre y compraba ese mismo número de tarjetas navideñas con sus correspondientes sobres. “Crismas” los llamó ella siempre. Bueno, al citado número siempre le añadía tres más por si alguno se le estropeaba. Por supuesto también compraba los oportunos sellos postales, de diferentes valores según el envío fuese para nuestra ciudad, para el resto de España o para algún país extranjero.

Tras calcular la tardanza del envío para que las tarjetas pudieran llegar a su destino entre los días veinte y veintiuno de diciembre, la tarde del domingo anterior se encerraba en aquella habitacioncita que ella denominaba mi despacho, con la seria advertencia de que nadie la molestara salvo causa de fuerza mayor.

Al cabo de tres horas nos llamaba a mi hermana y a mí para que firmásemos en los destinados a la familia o amigos comunes, instándonos a que añadiéramos algunas palabras de cariño.

Acabado este proceso, los sobres debidamente cerrados eran depositados por ella misma en el correspondiente buzón de la oficina central del servicio de correos.

Mucho te agradezco, amigo Invierno, que me hayas hecho rememorar este entrañable recuerdo.

Ahora bien, una sombra de inquietud me surgió durante unos minutos cuando al final de tu alegre misiva me dices que tienes algo que comunicarme que yo tal vez no sepa y que para ello lo mejor es que nos encontremos personalmente.

Pasado el primer impacto pronto deseché cualquier asunto desagradable por que recordé la cantidad de veces en las que yo te relaté que lo principal que mi profesión me enseño sobre el sufrimiento humano es que el factor fundamental de este es la incertidumbre, y también recordé que tú siempre asentías y manifestabas estar de acuerdo conmigo. Por ello, el ser conocedor de tu amistad y benevolencia me asegura que tú no deseas que yo pase por tal trance, y por tanto la noticia que me vas a dar a de ser cosa buena y sobre todo que servirá para hacer crecer aún más si cabe la mutua amistad que nos profesamos.

Sí, es verdad que ahora tus llegadas, tus idas y venidas, son más erráticas que antaño, cambio climático creo que lo llaman, pero no importa. Esperaré a que tengas a bien volver y cuando eso suceda disfrutaremos como siempre de los regalos del destino.

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