No por tópico es menos cierto que el mundo lleva una gran temporada muy crispado. Qué yo sepa desde el siglo XX, y lo que va del XXI, que no deja de ser una mera continuidad del anterior. A mayor abundamiento, como consecuencia de la actual gran crisis generada por los poderes económicos, los ciudadanos, víctimas inocentes de la misma, nos encontramos también muy entristecidos.
Es por ello que otra actitud es absolutamente necesaria, y cualquier signo de amabilidad, una sonrisa, una buena contestación, un tono de voz cariñoso, un pequeño gesto generoso, aunque sea tan simple como ceder el paso en una angostura de tráfico, me conmueven, y he decidido iniciar una campaña por el elogio de la amabilidad, de la que este post es el primer pequeño paso, y en la que trataré de ir relatando hechos que en el día a día me vayan sucediendo y en los que encuentre uno de estos gestos.
Serán pequeños detalles cotidianos, seguramente intrascendentes, de los algunas personas con mucha razón podrán decir que eso es lo normal, que lo normal es ser educado, amable y comportarse con corrección, por lo que no habría por qué darles un especial significado. Y es verdad e insisto que quien eso defienden tienen toda la razón. Pero, que quieren?. Uno ya está en una edad en que tiene una incrementada labilidad emocional, y uno de esos pequeños gestos mencionados al principio bastan para alegrarle el día, tanto como un cuarteto de Haydn, justificar que haya amanecido y agradecer todo eso, y mucho más, a la vida.
Comencemos. En Oviedo, entre varios excelentes establecimientos de pastelería, bollería, etc., tenemos en la calle Melquiades Álvarez, número 25, una panadería-dulcería denominada Enharina , donde me proveo de las magdalenas más exquisitas que hasta el día de hoy he experimentado, que harían la envidia del entrañable don Marcel, y de unos bizcochos de composición diversa también de muy primera calidad.
Pues bien, en este noble establecimiento, y siguiendo las costumbres comerciales al uso de tratar de crear adherencia en la clientela, idearon la «tarjetina» que a continuación les muestro. En la misma, por cada comprar superior a seis euros al cliente le ponen un rústico «sellín», y cuando se rellenan todas las cuadrículas le regalan una bolsa de media docena de las exquisitas magdalenas ya reseñadas.
La última vez que este pobre escribidor visitó el establecimiento, y consecuencia de las circunstancias que acompañan a su provecta edad, olvidó la «tarjetina» en casa, y por supuesto no pensaba reclamar la tan amable concesión al no cumplir el requerimiento tácito. Fue la muy simpática persona que me atendió la que con una amable sonrisa me preguntó por tal documento, y al explicarle las causas de mi olvido me dijo: «No se preocupe, conserve el tique de compra en el que le señalo la fecha de hoy, y se lo valido en la próxima visita».
Ya lo sé que todo esto es una tontería, ya lo sé que la cosa no va más allá, que el precio de la compra de media docena de magdalenas no se puede comparar con el de un brillante, pero como me gusta distinguir entre precio y valor, el valor de una sonrisa y de un detalle amable es para mí infinitamente superior, y lo suficiente, como decía antes, para alegrarme el día.
Por todo ello, a la amable dependienta, a todo/as lo/as que participan en la confección y venta de tan exquisitas magdalenas, y por supuesto a la vida, que me regala estas sensaciones, muchas gracias.