Recientemente, tanto como en la entrada anterior, reflexionaba sobre la teoría de la necesidad de una cara y una cruz en la vida, y hablaba de esos momentos maravillosos que vienen a ser la cara de la moneda. Pues bien, esa vida a la que me refería, como gran maestra que es, rápidamente me imponía un ejercicio práctico: una de las personas más queridas por mí sufría una contrariedad laboral, que le causaba gran desilusión y tristeza, y consiguientemente mi ánimo también se afectaba.
Afortunadamente esa persona tiene su armazón ideológico y emocional sólidamente enraizado en valores positivos y sinceros, y tras el lógico impacto emocional y el reposo del acontecimiento, agradece el apoyo recibido, y hace el propósito de sacar ánimos para seguir esforzándose y trabajar sin miedo al fracaso, considerando que es de este del que se aprende.
Aseguraba el clásico que La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia confusa, el juicio difícil. Quien así lo asume, y lo hace con serenidad, sabe que nada se logra sin esfuerzo.
A esa querida persona le queda, si Dios quiere, mucho futuro por delante, muchas lecciones por aprender, y estoy seguro que muchos éxitos por conseguir, puesto que la carrera de la vida no la gana quien menos veces se cae sino quien más veces se levanta tras la caída.