Efectivamente, si cuento a mis pacientes lectores que hace pocas fechas me he jubilado quizás alguno se alegre, otros pocos tal vez envidien tan estupenda situación y a la mayoría le será absolutamente indiferente. Y lo comprendo perfectamente, porque remedando las palabras de Neil Armstrong tras su alunizaje, este es un inmenso paso para mí, pero un insignificante paso para la humanidad.
Pero no es menos cierto que quienes de esto entienden, aseguran que de los principales motivos que impulsan a uno a convertirse en bloguero está el de reflexionar con uno mismo. Y ese es el mío, pues vana pretensión sería la de intentar comunicar algo importante a la humanidad quien, como yo, tiene tan poco que decir.
Como quiera que sea, en estos días de emociones inevitablemente encontradas quisiera ponerlas un poco en orden.
Predominan sobre todos los sentimientos positivos, de los que destacaré dos. En primer lugar y sobre todos, la satisfacción de haber sido un servidor público. Tras ingresar por oposición en el Ayuntamiento de Oviedo, durante prácticamente 34 años serví a esa casa, con la mayor lealtad institucional que supe. Y lo que es más importante, a través de ella, a los ciudadanos de Oviedo, teniendo claro que mi obligación fundamental era la defensa de lo público y del bien común, desde la objetividad y la independencia que otorga el carácter de funcionario, y por supuesto sin la más mínima acepción de personas.
Formar parte, bien que a una astronómica distancia meritoria, de una nómina de personas ilustres, entre los que a bote pronto recuerdo a D. Paulino Prieto o a D. Antonio García Oliveros, y que por supuesto estaba coronada por el insigne nombre de Casal, representaba sin duda un orgullo y una responsabilidad, pero insisto en que el fundamental personaje que guiaba mi estímulo de cada día era el soldado desconocido, el ciudadano anónimo de Oviedo, y todos y cada uno de ellos, sin distinción.
El otro sentimiento positivo que predomina en mí es el buen recuerdo de los compañeros. Cierto es que ingresé en el Ayuntamiento en el año 1979, cuando la nómina municipal no era tan extensa como posteriormente llegó a serlo, y que el conocimiento directo de las personas era muy fácil, estableciéndose sin dificultad lazos de camaradería y hasta amistad personal.
No es menos cierto, también, que en determinados momentos pudiera surgir alguna diferencia de criterios que se llegaban a expresar hasta con vehemencia, pero que siempre quedaban en el ámbito de lo laboral y que se disipaban prontamente.
Lo que es evidente es que a la hora de organizar las muchas actividades que desde nuestra Sección emprendimos y para las cuales haya pedido colaboración, nunca recuerdo haber encontrado entre mis compañeros una puerta cerrada o una negativa.
Me voy con el recuerdo del trato amable y cordial, y, sinceramente, me es muy reconfortante, porque sigo siendo de los que creen que el considerar a las personas por encima de las cosas y como medida referente de las actuaciones, es la única forma de poder superar los conflictos, y que esto en los momentos presentes, buena falta nos hace.
No obstante, aludía en líneas anteriores a sentimientos encontrados, y no sería sincero conmigo mismo si no aceptase que también algunas nostalgias me embargan. La principal es que ya nunca más seré salubrista municipal.
Muchos de los que consideramos el empeño por mejorar la salud del prójimo y aliviar sus dolencias como nuestra vocación profesional estamos convencidos que para ello es necesario conocer y equilibrar las causas de las causas, y que estas, como insistentemente repite mi admirado colega Rafa Cofiño citando a a Michael Marmot, se articulan en torno a los determinantes sociales, y estos solo pueden abordarse de un modo eficaz y eficiente desde la Salud Pública, de la cual, el municipal es un ámbito más que trascendente.
Pues bien, ese capítulo, en el modesto libro de mi vida, ha llegado a su fin.
Por otra parte, ¿por qué no admitirlo?, en ocasiones me asaltan algo más que nostalgias. Son incluso resquemores. Todo cambia a gran velocidad, y en el momento presente vivimos malos tiempos para los que creemos en lo público, en que ciudad procede de civitas, y por tanto el ciudadano es el sujeto de los derechos civiles y políticos,y no el súbdito del poderoso.
Más esto da para muchas más reflexiones que quizás incluso necesiten ser maduradas con la serenidad de un mayor distanciamiento.
En todo caso, hasta aquí llegamos, pero el libro de la vida no se acaba cuando se acaba un capítulo. Otros muchos, algunos muy distintos se abren, y cuando el destino nos otorga tal suerte, creo que es nuestra obligación participar de ellos con sereno placer y ponerlos a disposición de nuestros semejantes.
A ello me dispongo, y si hasta ahora mi único timbre de honor era el de ser servidor público, a partir de ahora me esforzaré en que sea el de ciudadano.
A todos los que me acompañasteis en esta andadura, muchas gracias, y perdón por mis errores. Espero volver a encontrarnos en la próxima esquina.